lunes, 19 de mayo de 2008

Cronica


Trabajadoras sexuales se quejan del maltrato de la Policía.
Por orden de la Administración, las retienen durante 12 horas en estaciones.
Personería busca establecer si hay irregularidades en estas medidas.
Por Catalina Montoya Piedrahíta y Paula Cristina Pérez
Medellín
Un par de luces que avanzan despacio iluminan la esquina de la calle 35 con Palacé y se acerca. Como cuando escampa de súbito, las voces de las mujeres dejan las sílabas por la mitad e interrumpen las historias. No tienen que ponerse de acuerdo para dispersarse disimuladas. Cuando pasa el carro de la Policía todas saben lo que hay que hacer.
No siempre es la misma patrulla, por eso, la visión se agudiza para diferenciar el número de la que se acerca. Si es el que ya todas se aprendieron a fuerza de culatazos, lo mejor es correr porque de lo contrario pueden terminar en la estación La Candelaria, esa de la que salen si ceden a algunos pedidos de agentes, o al otro día, con los primeros rayos de sol.
Si no es, también es bueno no estar en corrillo. Podrían pasar la noche en una estación de Policía de todas maneras, por razones que desconocen pero que, aducen, son asuntos de moral.
La patrulla pasa de largo y la gallada se vuelve a armar. Como si supieran en qué palabras dejaron los cuentos, retoman el hilo y, luego, las quejas se oyen. También las preguntas. "¿Por qué nos encierran si la prostitución no es ilegal?".
Son alrededor de 20. No dan los nombres, porque los tienen todos. Pero sí historias de cómo llegaron ahí, cuántos años tienen, cuántos más en la profesión, qué clientes las visitan, qué saben sus hijos de lo que hacen en las noches, quiénes son los maniáticos, los aberrados, los perseguidores...
Insultos y abusos
Tiene 17 años y el bachillerato completo. En su haber, un aborto y un embarazo con seis meses de avance. También la cicatriz de una puñalada, gran suerte, en tres años de trabajo callejero. De la niñez se le asoman un par de hebillas que le cogen el pelo a lado y lado, y unos ojos de muñeca que cambian de brillo en cada parpadeo: se cierran y, entonces, ella es una mujer de maquillaje perfecto, pero se abren y la que habla de golpiza y maltrato es una niña.
"Vea que todavía tengo los raspones. ¡Oiga! Sentí que se me subió el niño hasta por aquí". La última vez que llegaron los policías a hacer la batida de rigor a las prostitutas de la 33, en los alrededores de Almacentro, el desquite fue contra el bebé. Le pegaron patadas en el estómago hasta hacerla caer doblada en el suelo.
"¿Denunciar? ¡Ay, mija! Yo sí le conté a una de derechos humanos, pero quién sabe en qué quedó eso". Por lo pronto el niño se salvó, la que no está libre es ella, porque los operativos continúan.
¿Cómo son las requisas? "Me quito la ropa de una vez, yo solita porque no me gusta que me desvistan, porque a todas nos hacen empelotar allá".
Y una vez dentro de la celda, cuentan estas mujeres, que los insultos van y vienen, como también los abusos.
Más moral que legal
Las quejas de las prostitutas no las conoce el comandante de la Policía Metropolitana general José Leonardo Gallego. Para él, el resentimiento con que se queda luego de algunos operativos induce a este tipo de denuncias que no se hacen de manera formal, situación que impide adelantar las investigaciones pertinentes.
"Tenemos un grupo considerable de controles internos disciplinarios. De comprobarse tales hechos, actuaríamos al respecto", asegura y hace énfasis en que "para darle cabida o credibilidad a esas versiones hay que conocer a qué incidentes se refieren y escuchar al personal que adelanta los procedimientos".
Desde hace dos meses, funcionarios de la Personería de Medellín adelantan recorridos nocturnos por estaciones e inspecciones de Policía.
La observación directa, y algunos contactos con prostitutas, dieron pie para hacer un informe de vigilancia administrativa, con el que se pretende establecer si hay irregularidades por parte de la Administración Municipal, al "retener" mujeres que ejercen la prostitución, "pues, al parecer, no existe fundamento legal que permita estas acciones", dice el documento.
"La prostitución, según el artículo 179 del Código Nacional de Policía, no es punible por sí mismo. Y el Código de Policía de Antioquia en su artículo 38 dice que la prostitución no constituye contravención", son los argumentos jurídicos que expone Jorge Alberto Rojas Otálvaro, Personero, en carta abierta a la ciudadanía que se inspiró en dicho informe.
Según Jorge Enrique Vélez, secretario de Gobierno, la razón que motiva los operativos no es otra que una facultad que el Alcalde dio a la Policía para retener por 12 horas a cualquier persona que pueda afectar la seguridad ciudadana. "No es porque sean prostitutas sino que obedece a una medida de seguridad. No son ellas únicamente a las que se retiene".
La versión contrasta con el interrogatorio a un subintendente de la Policía, consignado en el informe de la Personería: "...preguntado sobre si dichos operativos obedecían a otros motivos, además del ejercicio de la prostitución, respondió que básicamente era por esa razón".
La falta de argumentos legales y la actitud que responde, según el Personero, a un asunto moral, llevaron a que esta oficina solicitara a la Procuraduría General de la Nación investigar a los funcionarios vinculados con el tema y establecer cuál es la actuación de la policía en dicho caso.
También denunciaron el hecho ante el delegado de Naciones Unidas en Colombia, "porque nos parece que la actitud es discriminatoria (...) El negocio de la prostitución como tal, con casas o establecimientos para ello, sigue incólume".
Las otras luces
A las 12:30 de la madrugada, la chica en embarazo ya se ha escondido de cuclillas cuatro veces tras un carro parqueado en la acera. Conoce al taxista que viene pasando por ahí desde las 11:00 de la noche, "es de por la casa y conoce al papá del niño".
Por ratos, y a pesar de la oscuridad de la calle, las luces conocidas ponen en peligro el anonimato de estas mujeres. O la vida. Hay otras que las asustan tanto, o más, que las de las farolas policiales. Por eso, las buscan insistentemente en los carros que se ven venir desde lejos. El del terror tiene un par de chispas azules intermitentes. "Desde que ellos llegaron hay cuadras prohibidas. Ya hubo una que le tiraron bala a los pies, y a otras las han cascado". Se trata de un grupo de limpieza social que ronda permanentemente el sector.
En otro sitio muchos bombillos se prenden y apagan. Las pupilas se dilatan y contraen sin control. En ese momento quien acaba de bailar da una ronda por todas las mesas: "¿me va a colaborar?".
La vida para las mujeres que trabajan en establecimientos privados es otra. La de rojo, dice tener 19 años, pero la cara le delata uno que otro menos. En la casa dice que es mesera, su propósito es ahorrar para terminar el bachillerato. Adentro no se afrontan los peligros de la calle, no es obligación acostarse con los clientes, pero tampoco se gana lo mismo. Afuera, en cambio, en la misma esquina, empiezan a brillar las hojas de las navajas, tan indispensables como los preservativos y el pintalabios.
Ellas saben que su mundo es salvaje, que tienen que lidiar con drogas, armas y muchos enemigos. Pero debajo del discurso de la necesidad, de las mil lágrimas y de la vergüenza que un día sintieron, subyace el del dinero fácil, lo reconocen sin sonrojos. "¿Dónde nos vamos a ganar lo que nos ganamos aquí?".
El estruendo de vidrios quebrados tras el golpe seco, volvió a convocarlas. Un Renault 9 traspasó la luz roja de uno de los semáforos de la 33, sin contar con que venía un taxi. Dueñas y señoras de la noche, tras un razonamiento sobre el cambio de luz, dieron en coro el veredicto para defender al taxista: "¡verde, verde!"
Fuente Catalina Montoya y paula Perez www.bibliotecapiloto.gov.co/bib

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